Los ojos se le llenaron de lágrimas, se le notaba el esfuerzo
por contenerse, seguramente le resultaba embarazoso desbordarse y ponerse a
llorar como una criatura frente a alguien al que apenas conocía.
En la tarde del día anterior pasé por el bar que él administraba.
Yo estaba en esos raros estados elevados, etéreos, sin haber tomado ninguna
sustancia psicoactiva. Había visitado la laguna de Cuicocha, considerada
sagrada desde hacía miles de años por los indígenas nativos de éstas regiones,
y mi estado emocional vibraba muy fuerte. Decían que la laguna tenía
propiedades energéticas poderosas.
En la vitrina del bar había un cartelito en el que se leía:
“información turística”, y entonces entré. Nos caímos “bien” de inmediato y
luego de darme una breve información sobre los lugares de interés y de contarle
que “algo” me había pasado paseando por la laguna le pregunté directamente si
conocía a algún sanador local, a algún chaman, “conozco a muchos, algunos muy
comerciales y charlatanes y a otros muy serios y muy buenos”…se quedó un rato
observándome “yo no conozco cuál es tu espiritualidad” me dijo como dudando.
“Yo tampoco” le dije, “pero hoy me siento muy elevado”. Y eso era totalmente
cierto. Una cosa llevó a la otra y entramos en confianza, considerando que él
era nativo de la zona y sus orígenes indígenas y a pesar de algún resentimiento
contenido por el hecho de que cada vez venían más “gringos” jubilados a comprar
tierra a precios cada vez más altos y construir casas que resultaban inalcanzables
para los nativos, se animó conmigo, “me caes bien”, me dijo superando la
timidez característica de los de su raza.
No había mucho lo que hacer en Cotacachi, ese pueblito
encantador de la zona andina del Ecuador, muy cuidado y ordenado, a diferencia de
los pueblos costeños, más abandonados a la buena de Dios. Yo estaba medio sin
norte, el GPS interno me venía fallando desde hacía rato. Quería conversar con
una persona” real”, y dejar un rato a los personajes con los que debatía sin
pausa dentro de mi cabeza. Y ese encuentro casual con Arauki era justo lo que
estaba necesitando. Le conté que era médico y que me dedicaba a la salud
mental, me miró fijo a los ojos y luego de un silencio sugestivo me dijo: “necesito
controlar mis emociones, y también las de ella” señaló a su novia que estaba
detrás de la barra. Nos sentamos en una mesa más apartada, lejos de los oídos
curiosos y el gesto enojado de su mujer y me contó de su angustia frente a los
conflictos que no era capaz de resolver, “a ella no la vas a cambiar, pero
podés verla como un espejo de tus propias dificultades, hay que mirar para
adentro y ver contra qué durezas propias choca eso que ella te provoca”.
Al día siguiente, ya pasadas las ocho de la noche, me
tocaron la puerta de la habitación en el hostal donde me hospedaba, lo buscan,
me dijo la chica que atendía la recepción, al bajar lo vi. A la mañana del día
siguiente me encontraría con el Yachak, el sanador que Arauki me había
recomendado, supuse que venía a darme las últimas indicaciones, “él es el hombre de conocimiento, yo soy su
discípulo, es muy poderoso” me había dicho. Hacía frío en la recepción del
hostal “Vení, subamos”, le dije y al entrar en la habitación, me hizo un breve
recordatorio sobre la ceremonia del día siguiente, tras lo cual me dijo: “si
tienes tiempo, me gustaría seguir conversando, ayer me tocó mucho lo que me
dijiste” y ahí nomás se abrió la canilla de las angustias por largo tiempo
contenidas, sin embargo, su orgullo masculino no le permitía desbordarse por
completo. “A las mujeres sólo hay que amarlas, no comprenderlas, nosotros, los
hombres, tenemos un cerebro diferente y probablemente otro corazón”. El
esfuerzo que hacía por contenerse parecía muy doloroso. Le serví un vaso de
agua. La charla se prolongó por algo más de una hora y entramos en una
confianza de esas que se dan rápido, cuando entre los hombres se comparten los dolores
íntimos.
Don Julio, el Yachak, me esperaba temprano en la puerta del
bar, de allí saldríamos para la comuna donde vivía, a unos 20 minutos de
caminata. Era bajito, de edad indefinida, rostro bondadoso, con el atuendo
característico, el cabello largo y trenzado que caía sobre su espalda, y una
mirada profunda y penetrante, como mirando a través. Caminamos despacio
mientras conversamos sobre diversos temas que fueron confluyendo en algo que a
ambos nos apasionaba: la fuerza de la vida, lo natural y lo sobrenatural, las energías, la
inconsciencia que reinaba en el mundo y la fuerte necesidad de revertir el
rumbo frente a la posibilidad de que la humanidad entera se estrelle contra su
propia y frenética creación, en contraste con la visión de las culturas ancestrales.
Su lenguaje denotaba un conocimiento firme, asegurado por la
experiencia, hablaba tranquilamente y su escucha era atenta; me sentí a gusto
con él de inmediato, emanaba una honestidad desprovista de egoísmo, para mi
alivio, los temores de caer con un charlatán que comercia con el “conocimiento”
se desvanecieron rápidamente. Entrando ya a la comunidad se podía sentir una
energía especial, pensé que era producto de mi sugestión y se lo comenté
“¿verdad que se siente?” me contestó sonriendo. Llegamos a su hogar, una
humilde casita, precaria pero ordenada, me presentó a uno de sus hijos y a su
mujer, vestida con el atuendo indígena tradicional. Me dijo que me sentase
mientras el preparaba las cosas. Esperé con la mente en blanco evitando
conscientemente juzgar cualquier cosa que veía o juzgarme a mí mismo por
meterme en éste tipo de situaciones con tanta frecuencia, buscando explorar
algo más allá….como si ése algo existiese, tenía la certeza que sí, solo que la
certeza era igual de fuerte que mi propio escepticismo.
Don Julio apareció al rato con grandes bolsas que contenían
frutas, plantas y otras cosas que no logré distinguir, “¿Preparado? Vamos” salí
tras él sumiso y obediente, mi ego debía quedarse reposando tranquilo, ésa era
la clave para que la experiencia fuese “efectiva” y además menos incómoda.
Fuimos caminando por el pueblo y él me contaba sobre algunas cosas relacionadas
a las costumbres de la comuna, sobre las tierras heredadas, los conflictos y
especialmente sobre su postura respecto a lo que él hacía y su actitud frente a
las miradas ajenas, “mi conocimiento proviene de mi familia, de mi abuelito, mi
bisabuelo y demás, yo mismo estuve en negación y contradicción por muchos años,
hasta que me desperté."
Dejando atrás las últimas casitas del pueblo comenzamos a
descender hacia un valle de una naturaleza deslumbrante. En el fondo corría un
río y se oía el fuerte sonido de la corriente que fluía descendiendo entre las
montañas. La vegetación era cada vez más frondosa y dificultaba el paso, hasta
que llegamos a un llano. El aire estaba cargado de energía, y me daba la
sensación de haber entrado a un lugar especial, se lo sentía en el cuerpo.
Don Julio comenzó a acomodar el contenido de las bolsas
sobre el pasto, ordenó las flores y las frutas como en una cruz y en el centro
colocó un recipiente con tabaco, rodeó el espacio con algunas piedras y luego
sacó un collar y unas plumas que se colocó en el cuello y la cabeza. De una
bolsa que colgaba de su hombro sacó una botella de alcohol, un encendedor y un
puñal tallado en madera.
“Éste lugar es un santuario sagrado, y lo ha sido por muchas
generaciones” me dijo con solemnidad, algo en él me parecía transformado, como
si un poder se le hubiese metido en el cuerpo, hasta su voz sonaba diferente,
“se llama el Tundum, porque unos metros más allá hay un manantial de aguas
benditas y sanadoras, el agua brota de las profundidades de la Pacha y tiene
poderes especiales” yo ya estaba medio asustado, la energía que sentí al llegar
se hizo mucho más intensa, “se llama Tundum porque el agua rebota en una piedra
que está en una pequeña caverna y al chocar produce un sonido que retumba y se
lo escucha así…Tundumtundumtundum."
Me pidió que me saque la ropa, estaba fresco pero ya estaba
en el juego y no me iba a echar atrás. Don Julio se adelantó entre unos
matorrales y desapareció de mi vista, vacilé unos segundos y lo seguí, entonces
vi el agua del Tundum, de un rojo naranja intenso, y un olor extraño me hizo
fruncir la nariz. Me quedé parado, sorprendido, el pequeño espacio del
manantial estaba cubierto por la vegetación y unos metros más allá había una
pequeña cueva, del tamaño de una urna en la que apenas cabía una persona, en el
fondo brotaba el agua desde la Pachamama, tal como él había dicho.
Acomodó la botella de alcohol sobre una roca, y prendió un
cigarro. Me hizo un gesto para que me acercara. Metí un pie en el agua y luego
el otro, el sonido del Tundum era intenso y al segundo siguiente sentí una
corriente eléctrica que me recorrió el cuerpo de los pies a la cabeza
erizándome los pelos y poniéndome la piel de gallina, se me escapó un gritito
del susto, “Se siente ¿no?” me miraba sonriendo, “Acércate, vamos a comenzar…”
Cuando entré en la habitación de la casa en donde iba a
pasar la noche, especialmente preparada para los extranjeros, me sentía
diferente, como entero, yo mismo, “recuperado”. Estaba también muy cansado y me
tiré así, vestido y un poco embarrado sobre la cama, me tapé con una de las
mantas y al ratito mi mente se apagó.
Los golpecitos en la puerta me trajeron de nuevo, me había
quedado tan profundamente dormido que al
principio no entendí donde estaba ni que hacía allí tirado sobre esa cama
vestido, me levanté algo mareado y al abrir la puerta la simpática y sonriente
dueña de casa me traía una fuente con la cena. “Perdón, parece que lo desperté,
cómase esta comida caliente que le sentará bien y luego vuélvase a dormir, la
sanación se completa en los sueños” su rostro se iluminó de nuevo con una
sonrisa y tras dejar la bandeja sobre la mesa cerró tras de sí la puerta de la
habitación.
Estaba hambriento y la comida deliciosa. El viaje seguía su
curso, los encuentros, las experiencias, tan sorprendentes y mágicas
continuaban, como si fuese normal, casi cotidiano.
Claudia estaba lejos,
pero ahora ya la sentía más cerca.
Migue: Me encantó tu relato, pero más me gustaría q me la contaras personalmente y otro tanto más vivir la experiencia, que bueno!!!
ResponderEliminarNo sé porque parte del mundo andas, pero cuando andes por estos lares, me gustaría que nos encontremos. Te dejo un abrazo desde el corazón. Iris
mike,contame que paso con el chaman,que hicieron...me encanto el relato!!!besos,juli
ResponderEliminarHola a todos los seguidores de hemiderecho, pues esto que han visto hasta ahora, toda la creatividad de mike y todas las aventuras recien comienzan, pronto habra una sobrecarga de relatos y experiencias para compartir con ustedes desde nuestro corazon y ademas otras galaxias!!
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