Un cuento de Claudia

SOLYBEL
 
El sol resplandece en Olón, éste simpático pueblito costero y converso con Martin en la playa, en uno de los comedores, una charla amena. De repente una mujer bonita se nos acerca y nos entrega un volante, “El Chalan, Parrilla”; dice que está sobre la ruta y es el único en los alrededores que ofrece algo diferente al pescado y los mariscos, además, dice, hay música en vivo. Martin la saluda, ellos ya se conocen, él ya está hace unas semanas en el pueblo y estuvo en el lugar, “es para ir alguna noche”, dice.

Martin hace más de un año salió de la Argentina, cuando lo despidieron por la “crisis económica”, decidió irse de viaje por Sudamérica, sin trabajo y desalentado. Con lo que le iban pagando de indemnización, en cuotas que le resultaban cómodas para sustentarse, pensó que al menos le quedaría la experiencia del viaje y de conocer algo del mundo, y después vería… así, a éstas alturas, él ya conoce un poco a los de Olón y ha hecho algunas amistades lo molestamos de que si se queda más tiempo será el hijo adoptivo de los dueños del hostal en el que se hospeda. Entre sus conocidos está la mujer de los volantes, ya fue a probar las “delicias” de su parrilla.
Mientras escuchamos la propuesta del “Chalán”, ella nota mi acento colombiano, y así nos introducimos la una a la otra como buenas coterráneas, alegres y conversadoras. Ella se despide y continúa trabajando, entregando volantes en los siguientes puestos y se aleja con su vestido negro que contrasta con la arena.
Unos días antes se me ocurrió buscar al párroco del pueblo pensando que él podría ayudarnos a contactar con los lugareños. Queríamos ofrecerles una charla sobre una de las cosas que más nos interesa de nuestra profesión, el vínculo Madre-Hijo, tema que venimos desarrollando con Miguel, además queríamos pasar una muy buena película sobre el medio ambiente. Vinimos a éste viaje llenos de idealismo sobre la posibilidad de aportar algo bueno al mundo, desde nuestra filosofía alternativa, cansados del sistema “opresor” en el cual nos desenvolvíamos como médicos en Buenos Aires. El cura accedió a que nos encontremos en La Entrada, una parroquia algo más alejada, y ahí llegamos puntuales a las 5 de la tarde. Al bajar del bus vemos el pueblito de pescadores. Nos parece curioso un monumento de una enorme ballena hecha de plástico, una ballena grotesca que no tiene nada de real; nos causa gracia que esté en el medio de un pueblo que vive pescando y en el que todos saben como se ve una ballena. Caminamos por el caminito de cemento que atraviesa el pueblo con sus casitas precarias a los lados, el paisaje nos parece hermoso. Vamos hacia la iglesia, allí nos encontraría el padre, que luego de dar misa nos introduciría a la comunidad.
En el malecón se pasea un gallo y un burro medita. Un par de lugareños nos miran curiosos, en la playa se amontonan los pelicanos alimentándose a media tarde, unos niños nadan en el mar con la ropa puesta, no usan traje de baño, ellos van al mar como nosotros salimos a dar una vuelta por la calle. Un reloj marca las 5:30 y nos parece raro, el cura y la misa a destiempo. Tan sólo mencionarlo, suenan las campanas, el gallo se sobresalta, el burro no, y entramos a la pequeña iglesia, toda blanca y bonita. El cura nos mira entrar con seriedad y da inicio al ritual.
Me pongo en actitud de feligresa, menester católico, mientras Mike tiene una reacción física peculiar, por su rechazo visceral hacia cualquier tipo de dogma religioso, yo disimulo, no le digo nada pero se lo ve un poco mareado, como verde, desenfocado, lo miro y le sonrío, sé que es todo un desafío para él y todo por dar una charla en un pueblo remoto y desconocido, convencidos de que a ellos les interesa tanto como a nosotros.

Entramos a la parrilla y nos reciben alegres el cantante, “El Chalán” y su mujer Carolina, la de los volantes, tras ellos nos sorprende un angelito de cabellos enrulados color miel y de ojos color café y mirada profunda, su sonrisa me emociona, llena el espacio con una energía que veríamos desplegarse en los días siguientes, su nombre es Solybel, así, como suena, sol y bel o sol y belleza, una combinación perfecta, ella salta y juega a nuestro alrededor, y nosotros, todavía desconcentrados por lo que nos había pasado, nos sentamos en una de las mesas.
Yo estoy muy bien arreglada, llevo un vestido negro y flores blancas, es strapple, con un collar largo y colorido haciendo juego. Mike está “vestido” por primera vez desde que salimos de viaje, lleva puesto un jean, una camisa negra y zapatillas también negras. Todavía no podemos creer lo que nos pasó. Pedimos de tomar, él un ron y yo un vodka, nos decimos, “vamos a celebrar y a levantar el ánimo”, Carolina sirve los tragos, y todavía con el desplante encima alcanzamos a reírnos de nosotros mismos, mientras conversamos y comentamos lo sucedido, brindamos, y Diego el “Chalán” se sube al escenario, toma su guitarra, acomoda el micrófono y nos saluda dando inicio a un recital privado, se pone su sombrero de paja gastada y canta para nosotros su repertorio de tangos y de música colombiana, nos hacer reír y nos distrae de nuestro frustrado intento porque a la charla que habíamos combinado aquel día en la misa, no vino nadie, desde el escenario nos dice “ésta es una noche muy romántica para ustedes”, le pido a Carolina que se siente con nosotros, mientras Solybel juguetona, escucha nuestra charla de “adultos”…
Con Martin nos vemos casi todos los días, el es muy tranquilo, un maestro de la buena escucha y de la paciencia. Me cuenta que cuando le comunicó a su padre que se iba de mochila sin fecha de regreso, su padre, argentino de pura cepa lo miró a los ojos, y le dijo retándolo: ¡vos no tenés patria! ¡cómo te vas a ir! Martin se ríe pero noto en sus pupilas la incomodidad. Yo comprendo esa mirada que deja el sinsabor del regaño paterno, en lugar de que le digan a uno cuanto lo aman, y queriendo escuchar algo así como “que lo disfrutes”…uno se resigna y se marcha, a veces tan sólo para no escuchar más la crítica y el reproche, la verdad que no sé porqué lo hacen, en algunos casos los padres aciertan, por su mayor experiencia, en otros no.
Creamos una linda amistad con Caro, Diego y con Martin, que ya partió para continuar con su viaje. Carolina es una mujer de 24 años de tez morena y una sonrisa picara. Su cabello es negro espeso y moteado, muy atractiva, ya se le nota la pancita, esperando a su segundo hijo, es trabajadora y entusiasta, chistosa, le gusta burlarse de las personas, dice que no entra en confianza con cualquiera, así que a mí me alaga con su amistad, y me advierte que ella no es así con todo el mundo, no sé bien por qué me despierta tantas emociones, la veo y aprendo de ella el empuje y la “verraquera” termino que usamos para referirnos a aquellas personas que logran sacar cualquier situación o negocio adelante. Ella me recuerda y despierta mis orígenes, y le estoy agradecida por su gran maestría. A veces se burla de nosotros y nos dice “claro, como ustedes no hacen nada”…, se le nota el brillo en los ojos, no tiene sentimientos oscuros, algo que me atrae mucho de su esencia y que ha sabido mantener a pesar de su travesía y hace homenaje a las costumbres de su pueblo. Me cuenta que tiene 13 hermanos, y dos de ellos están en el Ecuador, pero no se ven, noto la nostalgia hacia su tierra, quien sabe algún día regrese...
Yo quiero dedicarle este cuento a Solybel porque su luz y su juego me devolvió una parte de mi infancia, de mi niño guardado, saliendo a flote con fuerza y amor. Un día ella me cantó su canción y mi corazón palpitó de emoción. Se subió al escenario y con el micrófono en alto empezó a cantar:
“Solybel, jardín del edén, Solybel, rayo de sol, flor del edén, caballito de mar, en tu vientre sabor mamá…”
Solybel es fuerte, tiene sus dientes blancos, su piel bronceada, tiene energía para jugar mil años. En nuestro último día en Olón le pido que me la cante de nuevo, solo recuerdo algunas palabras de la letra. Le digo que quiero escribirle un cuento, ella me mira contenta y tararea. Me acuerdo el día que festejamos mi cumpleaños en la parrilla del Chalán, Mike llevo una torta de chocolate para apagar las velitas de mis felices 32, ella esperó y esperó despierta solo por la torta, que finalmente comió empalagándose a los dos minutos, fue durante esa espera que nos cantó su canción por primera vez, una de las canciones más hermosas que escuché en mi vida.


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